“Estoy curado”, una historia de superación de la hepatitis C en Argentina

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Buenos Aires, julio de 2019 (OPS/OMS)—“Estoy curado”, afirma Diego Villoldo con una sonrisa ancha luego de recibir los resultados de su tratamiento para la hepatitis C, realizado en un hospital de la ciudad de Buenos Aires. Desde que recibió su diagnóstico en 2007, el camino fue largo y por momentos áspero, pero el actual tratamiento para la enfermedad le permitió en tres meses ganar un nuevo futuro que quiere dedicar a su afición por la música.

“Soy luthier, construyo instrumentos, por lo que ya venía vinculado por mi trabajo con la música, pero empecé a pensar más seriamente qué quiero hacer. Y entendí que quiero tocar música, y lo estoy haciendo”, señala Diego, quien lleva adelante su actividad en un taller del barrio porteño de San Telmo.

Hoy, asegura que su rumbo es siempre para “adelante” en la vida, pero su percepción cambió drásticamente años atrás, tiempo después de recibir su diagnóstico. “Cuando me enteré de que tenía hepatitis C, yo tomaba y me había resignado a que iba a vivir así lo que me restara, pero un año más tarde tuve un accidente, me caí de un segundo piso y estuve 11 días internado en el hospital en terapia intensiva. Salí con otra visión de la vida, comprendí que tenía una segunda oportunidad”, recuerda.

Así fue como en ese peregrinar comenzó a buscar qué opciones tenía para tratarse y superar la hepatitis C. “En 2012 comencé un tratamiento muy áspero, bastante agresivo, con el que me tenía que dar inyecciones, pero no dio resultado”, cuenta Diego, quien también participa de la asociación Buena Vida, un grupo de ayuda mutua de hepatitis virales que funciona en el hospital Cosme Argerich de la capital argentina.

Allí se reúnen todas las semanas varios pacientes de hepatitis, quienes comparten sus experiencias y sus expectativas sobre los tratamientos. La hepatitis es una inflamación del hígado. Existen cinco tipos de virus (A, B, C, D y E) y pueden causar infecciones agudas y crónicas, y una inflamación en el hígado que puede llevar a cirrosis, cáncer hepático e incluso a la muerte.

La hepatitis C se transmite por el contacto con sangre infectada, así como por productos contaminados a través de transfusiones, trasplantes de órganos, procedimientos invasivos (como inyecciones o tatuajes con agujas reutilizadas) y por contacto sexual, aunque esto es menos frecuente.

Las hepatitis virales B y C, que afectan a 325 millones de personas en el mundo, se encuentran entre las enfermedades infecciosas que causan más muertes, pero la mayor parte de los líderes mundiales y del público en general no lo saben. Actualmente, el objetivo global es eliminar las hepatitis virales como un problema de salud pública para 2030. Se estima que de las personas que viven con hepatitis C, sólo el 19% ha sido diagnosticada, pero cerca del 90% de los infectados puede curarse si recibe el tratamiento apropiado.

En Argentina, el número estimado de personas con infección por hepatitis C es de 332.000 personas, de las cuales sólo el 35% fueron diagnosticadas, de acuerdo con datos del informe Las hepatitis B y C bajo la lupa, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

La Secretaría de Gobierno de Salud de Argentina cuenta con un Plan estratégico 2018-2021, elaborado con el apoyo de la OPS, que está en línea con el Plan de acción regional para la prevención y el control de las hepatitis virales 2016-2019 y adhiere a las metas globales de eliminación para 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. En ese contexto, Argentina promueve el testeo, elabora guías de recomendaciones de tratamiento y desde 2016 provee drogas antivirales de acción directa para hepatitis C, las cuales beneficiaron a 4.176 pacientes.

En el caso de Diego, pasaron varios años del diagnóstico hasta que, meses atrás, recibió la noticia de que podía iniciar el tratamiento para la hepatitis C, que le llevó tres meses y le resultó “bastante llevadero”. Los resultados fueron los esperados: los estudios confirmaron que no es reactivo en la carga viral.

Aquel “peregrinar por el hospital y la vida en general” que debió afrontar luego de recibir su diagnóstico habían llegado a su fin.

En ese camino, la ayuda de su familia y amigos fueron clave, asegura Diego, de 50 años. Y también su visión positiva, el ya no vivir “resignado” y sus ganas de lograr “un progreso en lo espiritual y lo humano” hicieron su parte.

FUENTE: OMS

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